jueves, 19 de junio de 2008

El día estaba nublado, gris; el polvo se acumulaba como el tiempo en la ciudad. Y en el tren, una, dos, cien miradas fijas en el vacío de una melodía exasperante que se repetía día tras día. En el aire flotaban conversaciones mecánicas, incoherentes; susurros babeantes de una placidez repugnante, de un malestar apenas disimulado. Y de repente, un grito infrahumano, insoportablemente molesto, agudo, rechinante, resquebrajó de arriba abajo el tren. Y ya nadie fue el mismo, todos miraron odiando al imbécil que había osado romper la pared impenetrable que los hipnotizaba a todos. El pobre diablo aullaba desesperado y se deshacía en gemidos incomprensibles, casi animales, y pataleaba como un loco sin cerrar la maldita boca, sin sentarse de una vez por todas bien sentado en el asiento de madera con la vista fija en el diario leyendo sin leer la noticia de los quién-sabe-cuántos muertos en un bombardeo entre los que había quién-sabe-cuántos niños y mujeres. Pero ahí estaba, sin dejar de convulsionarse, hasta que al fin se levantó como un poseído y reventó de un puñetazo una ventanilla haciendo temblar todo el tren. Respiró hondo, hondo, como si todo el aire pudiera limpiar su putrefacción, y con los hilos de sangre en la mano volvió tranquilamente a su asiento de madera a leer otra vez la noticia del bombardeo en una ciudad que no existía para él ni para nadie, mientras una bomba muy distinta había caído silenciosamente en ese tren y seguiría cayendo ensordeciéndolos hasta el final.

domingo, 1 de junio de 2008


Es por la inercia de la noche sin destino que siento la necesidad de violentar el aire hasta las últimas consecuencias. No busques en nada la explicación de la ironía y el sarcasmo que gotean mis palabras. Tengo que escupir a cada paso la estupidez reinante. A veces los fantasmas se vuelven contra uno. Mejor dejemos de hablar por hoy. Dejémonos en paz al menos un instante.

Un simple pestañeo puede traicionarnos, y así es como las maliciosas palabras ajenas son el relámpago que ilumina la oscuridad. Ha sido una noche larga y nuestras máquinas están fallando. Sin alterarse nos señalan el defecto. Y todo el plan se resquebraja y se viene abajo. Nos hierve la sangre y se nos revuelve el estómago. A veces uno resulta postrado en una cama durante días dándose cuenta de que todo se acercaba irremediablemente hasta el final, y sigue sin entenderlo. Se siente arrastrado por la corriente ciega del miedo y el misterio. Y se detiene con un golpe, se aleja violentamente del torrente y éste vuelve a sonreírle cínicamente. Y otra vez intentando superar la estupidez. No te preocupes, me repito. Es mi turno de arrasar.