lunes, 21 de diciembre de 2009


Cuando converge
la luz pálida de la noche
con las paredes grises,
y el silencio atrona, y el viento sopla,
prende una llamarada
hambrienta, alcohólica,
enfebrecida, ajena,
trepando veloz
sobre las horas muertas.
Enturbiándonos.
Devorándolo todo.
Entre el aire fresco y los chispazos
desaparecemos.
Largos días que se extinguen,
y al mirar atrás,
todo se ha ido,
arrastrado hacia la sangre del ocaso.
Somos dos cuerpos acoplados.
Dos cuerpos opuestos por el vértice,
encaramados.
Entre nosotros abrigamos todo.
¡Todo!
Y cuando, vencidos, nos separamos,
las palabras han crecido tanto...
que aletean, susurrando
hacia la oscuridad abierta y temblando.
Se alejan en silencio,
agonizando.