domingo, 9 de diciembre de 2012

Carancho


Fermín se arrastraba pesadamente hacia delante, y los gritos de Horacio, que caminaba riéndose a unos veinte metros de distancia, le parecían golpes de bota sobre el cuerpo cansado.
-¡Dale, viejo choto!
La primavera era un alivio para los comerciantes de todo tipo, que con los dólares del turismo sentían que la sangre les fluía gozosamente en las venas. Al fin llegaron, durante el año, los sueldos de los negritos albañiles no rinden, y todavía quieren que les paguemos más, qué cosa. Negros de mierda que para colmo roban todo lo que encuentran, piensan. Salen orgullosos a la puerta de sus locales, con las veredas bien barridas por las negritas bolivianas.
-¡Viejo choto! ¡Dale!
Delante de todos, palabras como botas de acero, como las que le habían caído encima más de una vez en la colimba.
Primavera. Más alivio todavía para los vagos que toman del vino en tetrapack a la luz del sol, envuelto en una bolsa. Otro invierno más al que habían resistido indefinidamente. Una mueca parecida a una sonrisa se les dibuja en el rostro, y hace tantos años que Fermín los ve sentados en el mismo lugar que si faltaran, se daría cuenta de que faltan, no de que faltan los vagos porque de eso nadie podría darse cuenta, pero no hay duda de que el paisaje le resultaría extraño. Hace años que amenazan con barrerlos bien barridos, para que los turistas con dólares no sientan contradicciones morales mientras comen al aire libre.
-¡Viejo choto! -. Horacio estaba furioso por haber perdido lo último que tenía mientras jugaban al truco con una damajuana que bajaba mientras iban ensuciándose las cartas.
En algún momento, a Fermín le había gustado el calor, especialmente el verano. Toda la familia iba a cosechar uva y a él y sus hermanos les faltaba boca para comer todo lo que el estómago les reclamaba. ¿Pero ahora? Le molestaba el sol golpeándole los ojos cansados y casi ciegos, y los árboles soltaban una repugnante flor amarilla que llenaba todo de olor dulce y se le pegaba en las suelas de los mocasines y la punta de las muletas. Así, caminaba más lento todavía y sentía que las miradas se le clavaban en el cuerpo.
-¡Dale, viejo choto! ¡Dale!
Intentó balbucear una protesta que fue ahogada por gritos más irascibles todavía.
Miradas sin lástima. Como tampoco las que iban dirigidas a las negritas bolivianas ni a los vagos. Los atravesaban como si fuesen de vidrio, y en sus ojos no había ese orgullo que sólo una propiedad puede encender. Y esos veinte metros que lo separaban de Horacio (su amigo, de esos amigos tan especiales que se consiguen por acá) terminaron de convencerlo de que a él también lo atravesaban. En eso pensaba al recostarse sobre el cuerpo todavía dolorido por los gritos:
-¡Viejo choto! ¿Ves que sos un viejo choto?

sábado, 27 de octubre de 2012

Trabajo. Trabajo sordo y sostenido, lucha desigual con mis propios monstruos para abrirme, para depositar algo de lo mío en el camino. Y ahora vuelvo a tener miedo. Las huellas se borran en la arena y de nuevo el cielo se oscurece. Nos encontramos en el medio del azar, como en cualquier laberinto de múltiples encrucijadas. Me coloco con los brazos abiertos para impedirte entrar, y te dejo meterte entre mis sábanas como un espejismo, como dos cuerpos de piedra que no dejan salir el calor ni la luz. A lo que vinimos sin palabras ni juegos y sin nada que contar, a tal punto es de larga la distancia que siento que nos separa. Dormir, dormir. No me quiero despertar y me duermo entre tus brazos desconocidos, deseando que la noche no termine para no sentir esas palabras olvidadas que ahora se revuelven en mi boca, a punto de escapar.
-Ya pasan los bondis.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Sí, hay paisajes bellos llenos de basura pero esta basura no es la que yo quiero, no es necesario revolcarse en mierda ficticia, demasiada hay ya para que encima inventemos más, de nuevo tengo miedo de estar sola a pesar de todos mis esfuerzos, y no estás ayudándome cuando me mirás con esa sonrisa impenetrable. Cada vez que me preguntabas por qué lloro no tenía nada que decirte hasta que finalmente dejé de llorar y hoy vuelvo a llorar porque no te encuentro aunque quiero y pienso en todas las veces que puse una barrera inventada entre los dos porque tenía miedo de que me desnudaras, pero ya habías dejado tantas huellas que siempre volvías a encontrarlas y hoy que quisiera darte las mías no querés sino que preferís volar aunque tengas los pies encadenados al suelo. Tu egoísmo es horrible porque no podés evitar dar y todos nos quedamos esperando un poco más aunque vos te encargás de dejar muy claro que no hay más y yo sigo sabiendo que sí, que vos estás ahí porque te he tocado, porque he visto tus ojos sin telarañas y escuchado tu boca sin frases hechas y todavía somos muy jóvenes y ya somos muy viejos para volver atrás, estoy cansada de que estés sentado mirándome mientras yo corro en una rueda de hámster, alguien acá tiene que patear el tablero y te digo chau para seguir diciéndote hola cada vez que decidas correr un nuevo trecho al lado mío.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Voy a escribir esto sin intención estética y sin ningún doble interés. Me lo digo a mí misma, para dejar que el bisturí pase sin obstáculos aunque arranque gritos de dolor. Matar o dejar morir, son atrocidades necesarias. Escribí antes sobre el amor, unas pocas líneas escuetas. Pero sobre todo sentí amor, un amor lacerante que me ahogaba; o más bien, estoy empezando apenas a sentir el boceto de ese amor, que tiene tanto de ardiente como de frío y metódico asesinato. Matar todos los días lo que se interponga, e incluso matar mis propios borradores de amor, con la cabeza fría y la sangre caliente. Tal vez un día pueda escribir esto con palabras hermosas, que tengan más de verdad que estas líneas temblorosas que no tienen una gota de belleza.

miércoles, 25 de julio de 2012


Te preguntás qué es el amor, yo me respondo que el amor empuja desesperado por salir de nuestra cárcel. Que está tan torturado que me asombra encontrármelo a cada paso, imposible de ahogar, de contenerlo en algo tan ínfimo como nuestras vidas. Lejos, una mujer se escapa de la muerte. Una voz me habla toda la madrugada sobre la Revolución. Dos pies caminan en el barro convencidas de levantar a los desesperados sobre sus pies. Mariano sobre las vías del tren. Y yo pienso que hemos entendido mal y que eso es el amor, y que solamente en ese amor podemos encontrarnos.

lunes, 25 de junio de 2012


- Mi problema es que te quiero como a mi gato, ¿entendés? Lo amo, pero me olvido de él, cuando estoy en el trabajo, cuando camino por la calle. A veces llego y no sé si me alegro de que esté ahí, de tropezarme cuando se enrosca entre mis piernas y ronronea. Me exaspera que maúlle y trate de llamar mi atención, pero sé que está ahí, a mano para darle una caricia distraída, para sentir su calor cuando se me va la mano con la soledad.
- Creo que ya no te estoy soportando. ¿Dónde entro yo en todo esto?
- Entrás donde vos quieras. La ventana está abierta, igual que para él. No sé por qué, pero se conforma con un plato de comida, que supongo que es mejor que rebuscárselas en la calle, y yo me he acostumbrado a que esté ahí. Hasta me da cierta tranquilidad. Seguramente ahora te gustaría tirarme por el balcón, pero has aceptado todo esto hasta que lo pusimos en palabras.
Ella respiró con violencia y lo miró a los ojos con algo parecido al odio. Era tarde para irse. Se dio vuelta en la cama, esperando que el sueño pudiera ahogar esa espantosa sensación de asfixia. Mañana es otro día, pensó él. Y no se equivocaba, la madrugada lo encontró con ella en brazos, acurrucándose tibiamente contra su pecho. Como un gato.

lunes, 18 de junio de 2012

De vez en cuando, levantás la mirada y el del espejo no sos vos. De vez en cuando, tus mejores amigos son extraños. De vez en cuando, pensás que estás aprendiendo a odiar a la persona que duerme a tu lado. Te hablan y las voces se escuchan muy lejanas. Socorro. Querés pedir socorro, gritar. Los soldados que vuelven de la guerra y los ex presos en campos de concentración no hablan. Pero vos no viste la muerte a la cara. No es el horror lo que te impide hablar. Y sin embargo, sentís un chaleco de fuerza que casi no te deja respirar. Una palabra, una caricia, una mano en el hombro romperían tu dolor como un martillo sobre un vitral. Pero preferís tragarte el orgullo, que pesa lo mismo que una tonelada de cemento y te mantiene con los pies en esta tierra de locos. No pierdas el tiempo, mañana no será otro día, será otro exactamente igual a este.

jueves, 31 de mayo de 2012


Quizás necesito hacer un refugio más fuerte antes de dejar entrar a la tormenta.

domingo, 27 de mayo de 2012

No te extraño


No te extraño. Extrañarte sería tener un regusto de llanto en la garganta, una foto (¿engañosa?) guardada celosamente en la memoria. Sé que mañana vas a volver a la carga, atraído como un animal oliendo sangre, desesperado por hundirte otra vez en la locura de mi cuerpo. Eso es lo que estoy esperando, no mirando el reloj, sino sintiendo un suave calor que empieza en la punta de mis dedos y me recorre por completo, cada vez más incandescente: tumbarme sobre vos con cada centímetro de piel. Restregarme sin descanso hasta sentir que solamente me acariciás con lo más duro que tengas. Mordernos los labios, retorcernos de deseo hasta que sea insoportable. Y que entonces me desvistas, me arranques todo en ese juego que nunca termina, porque nunca llegamos a desnudarnos por completo; desatando esa tormenta de caricias eléctricas y saliva, de fiebre enloquecida que nos calma la sed por el espacio de unas horas, como una lluvia de verano. Explorarte como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y el mundo realmente fuera sólo ese instante de encuentro entre mis labios, la punta de mi lengua y lo que les pongas en el camino. Escuchar a borbotones que te encantan mis sabores, mis olores y texturas, verte tocar y mirar casi con incredulidad, sacudiéndome para despertarme a tu placer frenético. Y embestirnos suavemente, con apuro, con ternura, con odio, interminablemente, sabiendo que no hay nada interminable entre los dos, que somos solamente caminos abiertos a la luz del día, y puede que se entrecrucen nuevamente o que las huellas desaparezcan en el polvo. No te extraño, te deseo, te encuentro cada vez que queremos encerrarnos en esta jaula sin rejas.

sábado, 19 de mayo de 2012



No me inquieta si te vas sin mirar a tu espalda, o si le das tregua a tu recelo durmiendo conmigo. Nuestras noches son una estación entre dos vías paralelas, alumbradas por la luz amarillenta del hastío.Me quedo en vos como en una habitación de hotel, te quedás en mí como debajo de un balcón hasta que pase la lluvia. Así nos queremos, con la gratitud e ingratitud de los refugios transitorios. 

domingo, 13 de mayo de 2012

No se imprime


Siempre pensé que escribir era mi vía de escape, después de todo, hay tantas cosas que se pueden decir sobre el papel, y siempre me gustó soñar, tratando de no tropezar con las piedras odiosas de la realidad. Ahora doy mil vueltas para no sentarme y escribir algo que se me pueda ir de los dedos, y ya no sé si mi verdadera cárcel es la hoja en blanco. Escribirte es una de las páginas más desconcertantes, porque siempre fui partidaria de no hablar sobre lo que no conozco. Para mí siempre fuiste una hoja en blanco. Nada más que eso que no te deja dormir por la noche, pensando en que tal vez tuvieras la historia de tu vida si hubieras hecho más que esperar que se escribiese sola. Más que sentir desesperación por el silencio frío y su resistencia incólume a entregarse tan fácilmente. Más que terminar de nuevo delante de ella con la vaga esperanza de dejar algún trazo que valga la pena. Pero cuando las palabras  no llegan, a veces simplemente prefiero perder la oportunidad. ¿Cobardía? Es probable. Bueno, en realidad casi seguro es cobardía, porque no es tan fácil abrirse para que el mundo vea tus vísceras al aire. Admiro terriblemente a los que lo hacen. Cuando termine con esto, ¿me quedará algo en las manos, o simplemente te habrás borrado para siempre?
Creo que estoy echando mano a las últimas cartas para que no te evapores en el aire y piense un día que todo esto fue un sueño. Siempre fue mucho más fácil abrirte de piernas que escribirte. Y me río del que piense que lo está haciendo cuando te tiene una noche en la cama. O dos. O cien. Hasta creo que te gusta pensarlo a veces, y perderte de mil maneras, porque sabés que en el fondo no estás ahí, que no sos la que se pierde de verdad. Y me gustaba verte así, en esa locura donde no te sentías en peligro, porque tu cuerpo borracho no eras vos, porque podías darte una tregua por un rato. Entonces yo seguía el juego y doblábamos la apuesta una y otra vez, mientras yo pensaba que no había riesgos si yo podía mantener un cable a tierra. Casi era feliz pensando que también podía perderme por algunas horas. Escaparme y vos eran sinónimos.
El problema era mirarte a los ojos y preguntarte en voz alta dónde estabas. Odiabas mis preguntas, y está bien. Me acostumbré demasiado a prender fósforos sin saber jugar con fuego. Llega el momento en que lo apagás o te quemás los dedos. Y algo más también. Pero las llamas eran preciosas. Nunca nos cansamos de mirar un fogón. Nunca queremos que termine. Sabías que yo estaba buscándome y que quería encontrarme. Vos, no sé. Nunca supe si ibas de ida o de vuelta, y tenerte en mis brazos era saber que al día siguiente te esfumabas. Eras un pasaje sin destino de antemano. Subirse a ese tren nunca iba a ser fácil, tampoco para vos. También me daba miedo que terminaras en ninguna parte, o en el mismo lugar sintiendo que perdiste algo del equipaje. Escribir es un riesgo, pero existe la opción de quemar el papel, aunque te envuelva el olor a fracaso. Puedo dar vuelta la página, pero todavía quisiera tener la posibilidad de seguir, al menos en borrador, al menos con lápiz, sin tener que preocuparme por el principio ni el final y pensando que todavía tengo cien maneras de escribirte.