domingo, 1 de junio de 2008
Un simple pestañeo puede traicionarnos, y así es como las maliciosas palabras ajenas son el relámpago que ilumina la oscuridad. Ha sido una noche larga y nuestras máquinas están fallando. Sin alterarse nos señalan el defecto. Y todo el plan se resquebraja y se viene abajo. Nos hierve la sangre y se nos revuelve el estómago. A veces uno resulta postrado en una cama durante días dándose cuenta de que todo se acercaba irremediablemente hasta el final, y sigue sin entenderlo. Se siente arrastrado por la corriente ciega del miedo y el misterio. Y se detiene con un golpe, se aleja violentamente del torrente y éste vuelve a sonreírle cínicamente. Y otra vez intentando superar la estupidez. No te preocupes, me repito. Es mi turno de arrasar.
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