Se arrastran, en un delirio tenso con rechinar de dientes, hasta un puente carcomido por el tiempo y el abandono, sumergido casi por completo en un bosque de yuyos y árboles raquíticos, y el cemento descascarado relumbra casi con luz propia debajo del río oscuro de la noche.
Los cuerpos se buscan, forcejean entre sí, se van enredando de a poco y estrechan un hondo abrazo de violencia húmeda. El incómodo rumor de las hojas despierta una desazón inexplicable en Laura, y un recelo taciturno le empaña los ojos bajo las caricias azuladas. Tiene conciencia de que se arroja sin paracaídas a un abismo, y por momentos se marea entre el vértigo ancestral de las estrellas y el tacto descarnado y visceral entre las piernas ardorosas. Se enmudece del pasado lentamente y sus brazos desplegados son un puente tendido hacia delante, un puente huidizo y palpitante que dejará oír su eco en los sofocados días que la esperan.
El calor palpitante va creciendo como una tormenta de verano y los ojos son carbones encendidos, chispas que se asfixian cruelmente en el mar de aire que los envuelve, brillan un instante con fuego de luciérnagas moribundas, y se desvanecen en el azul vertiginoso. Las embestidas son cada vez más certeras y Laura se siente hundir en arenas movedizas mientras hilos de sudor se deslizan por su cuerpo.
Una cabeza se inclina sobre el puente y Juan escupe insultos copiosamente, embebido como está en acechar el cuerpo desnudo que se torna infinito, que se convierte en un arco levantado sobre el mundo, que tiembla amenazando con derrumbarse, que se revuelve en el suelo y suspira entrecortadamente. Los autos derrapan sobre el puente con estrépito. La urgencia los lleva, demasiado rápido como para que puedan detenerse. Y la carrera desenfrenada termina con un largo y ahogado suspiro.
Un velo agotado les cubre los ojos, brevemente acaba el remolino ardiente y negro de la noche, y la claridad amenaza como una tormenta sobre las siluetas cavernosas y equívocas, mientras Laura nada pendiente abajo, en una carrera enloquecida, saltando las bolsas de basura que asemejan pájaros blancos desplegados en el suelo, huyendo ágilmente de las muecas de desprecio que se dibujan en el aire, liviana como una hoja despojada de su árbol, con el alto vuelo de sus diez años.
Se aferra desesperadamente al recuerdo, ante el insoportable naufragio de sus pies en la mañana que avanza decididamente sobre el mundo. Las luces cambiantes sobre los árboles circulares, los colores fogueados por el día hieren sin compasión a los que pasan, dejando al desnudo todos los dobleces del martirio.
2 comentarios:
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Ahí podés mandarnos tus cosas.
Y te dejo mi mail: facu41090@hotmail.com
Si querés, hablamos por ahí.
Y disculpá mi demora, es que estuve con unos problemas y no estuve abriendo el blog.
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