- Mi problema es que te quiero como a mi gato, ¿entendés? Lo amo, pero
me olvido de él, cuando estoy en el trabajo, cuando camino por la calle. A
veces llego y no sé si me alegro de que esté ahí, de tropezarme cuando se
enrosca entre mis piernas y ronronea. Me exaspera que maúlle y trate de llamar
mi atención, pero sé que está ahí, a mano para darle una caricia distraída,
para sentir su calor cuando se me va la mano con la soledad.
- Creo que ya no te estoy soportando. ¿Dónde entro yo en todo esto?
- Entrás donde vos quieras. La ventana está abierta, igual que para él.
No sé por qué, pero se conforma con un plato de comida, que supongo que es
mejor que rebuscárselas en la calle, y yo me he acostumbrado a que esté ahí.
Hasta me da cierta tranquilidad. Seguramente ahora te gustaría tirarme por el
balcón, pero has aceptado todo esto hasta que lo pusimos en palabras.
Ella respiró con violencia y lo miró a los ojos con algo parecido al
odio. Era tarde para irse. Se dio vuelta en la cama, esperando que el sueño
pudiera ahogar esa espantosa sensación de asfixia. Mañana es otro día, pensó
él. Y no se equivocaba, la madrugada lo encontró con ella en brazos,
acurrucándose tibiamente contra su pecho. Como un gato.
3 comentarios:
UPs... qué real.
Te sigo
muy bueno :)
ah! me olvidaba. Permiso, voy a copypastearlo.
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