Siempre pensé que escribir era mi
vía de escape, después de todo, hay tantas cosas que se pueden decir sobre el
papel, y siempre me gustó soñar, tratando de no tropezar con las piedras
odiosas de la realidad. Ahora doy mil vueltas para no sentarme y escribir algo
que se me pueda ir de los dedos, y ya no sé si mi verdadera cárcel es la hoja
en blanco. Escribirte es una de las páginas más desconcertantes, porque siempre
fui partidaria de no hablar sobre lo que no conozco. Para mí siempre fuiste una
hoja en blanco. Nada más que eso que no te deja dormir por la noche, pensando
en que tal vez tuvieras la historia de tu vida si hubieras hecho más que
esperar que se escribiese sola. Más que sentir desesperación por el silencio
frío y su resistencia incólume a entregarse tan fácilmente. Más que terminar de
nuevo delante de ella con la vaga esperanza de dejar algún trazo que valga la
pena. Pero cuando las palabras no
llegan, a veces simplemente prefiero perder la oportunidad. ¿Cobardía? Es
probable. Bueno, en realidad casi seguro es cobardía, porque no es tan fácil
abrirse para que el mundo vea tus vísceras al aire. Admiro terriblemente a los
que lo hacen. Cuando termine con esto, ¿me quedará algo en las manos, o
simplemente te habrás borrado para siempre?
Creo que estoy echando mano a las
últimas cartas para que no te evapores en el aire y piense un día que todo esto
fue un sueño. Siempre fue mucho más fácil abrirte de piernas que escribirte. Y
me río del que piense que lo está haciendo cuando te tiene una noche en la
cama. O dos. O cien. Hasta creo que te gusta pensarlo a veces, y perderte de
mil maneras, porque sabés que en el fondo no estás ahí, que no sos la que se pierde
de verdad. Y me gustaba verte así, en esa locura donde no te sentías en peligro,
porque tu cuerpo borracho no eras vos, porque podías darte una tregua por un
rato. Entonces yo seguía el juego y doblábamos la apuesta una y otra vez, mientras
yo pensaba que no había riesgos si yo podía mantener un cable a tierra. Casi
era feliz pensando que también podía perderme por algunas horas. Escaparme y
vos eran sinónimos.
El problema era mirarte a los
ojos y preguntarte en voz alta dónde estabas. Odiabas mis preguntas, y está bien.
Me acostumbré demasiado a prender fósforos sin saber jugar con fuego. Llega el
momento en que lo apagás o te quemás los dedos. Y algo más también. Pero las
llamas eran preciosas. Nunca nos cansamos de mirar un fogón. Nunca queremos que
termine. Sabías que yo estaba buscándome y que quería encontrarme. Vos, no sé.
Nunca supe si ibas de ida o de vuelta, y tenerte en mis brazos era saber que al
día siguiente te esfumabas. Eras un pasaje sin destino de antemano. Subirse a
ese tren nunca iba a ser fácil, tampoco para vos. También me daba miedo que
terminaras en ninguna parte, o en el mismo lugar sintiendo que perdiste algo
del equipaje. Escribir es un riesgo, pero existe la opción de quemar el papel,
aunque te envuelva el olor a fracaso. Puedo dar vuelta la página, pero todavía
quisiera tener la posibilidad de seguir, al menos en borrador, al menos con
lápiz, sin tener que preocuparme por el principio ni el final y pensando que
todavía tengo cien maneras de escribirte.
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