No te extraño. Extrañarte sería tener un regusto de llanto
en la garganta, una foto (¿engañosa?) guardada celosamente en la memoria. Sé
que mañana vas a volver a la carga, atraído como un animal oliendo sangre, desesperado
por hundirte otra vez en la locura de mi cuerpo. Eso es lo que estoy esperando,
no mirando el reloj, sino sintiendo un suave calor que empieza en la punta de
mis dedos y me recorre por completo, cada vez más incandescente: tumbarme sobre
vos con cada centímetro de piel. Restregarme sin descanso hasta sentir que
solamente me acariciás con lo más duro que tengas. Mordernos los labios,
retorcernos de deseo hasta que sea insoportable. Y que entonces me desvistas,
me arranques todo en ese juego que nunca termina, porque nunca llegamos a desnudarnos
por completo; desatando esa tormenta de caricias eléctricas y saliva, de fiebre
enloquecida que nos calma la sed por el espacio de unas horas, como una lluvia de
verano. Explorarte como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y el mundo
realmente fuera sólo ese instante de encuentro entre mis labios, la punta de mi
lengua y lo que les pongas en el camino. Escuchar a borbotones que te encantan
mis sabores, mis olores y texturas, verte tocar y mirar casi con incredulidad, sacudiéndome
para despertarme a tu placer frenético. Y embestirnos suavemente, con apuro,
con ternura, con odio, interminablemente, sabiendo que no hay nada interminable
entre los dos, que somos solamente caminos abiertos a la luz del día, y puede
que se entrecrucen nuevamente o que las huellas desaparezcan en el polvo. No te
extraño, te deseo, te encuentro cada vez que queremos encerrarnos en esta jaula
sin rejas.
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