Caminó absorto por la calle desierta, y miró los álamos bamboleantes que resonaban cuando el viento los atravesaba. Sintió la enloquecida carrera del viento y la tormenta que se avecinaba. Esa noche no encontraría el dilema entre el aire abierto y el refugio iluminado de su cuarto, perdido en el último piso del último edificio de la última ciudad...No correría dando tumbos, ni lanzaría alaridos que despedazarían el silencio en el que se sumergía todos los días. Tampoco se tumbaría en una esquina a beber hasta el amanecer, ni caminaría al azar hasta que las piernas se le rindieran.
No se convulsionaría desesperado en llanto, ni se callaría obstinadamente con la mirada vuelta hacia sí mismo.No iría hacia adelante ciegamente, no volvería hacia atrás.
Se detuvo y miró a su alrededor. La tormenta lo sacudía todo y una luz grisácea invadía las casas, mientras el azul oscuro teñía lentamente el cielo. El camino se abría infinitamente, con mil vueltas, revueltas, esquinas, encrucijadas, interrupciones, paredes, escaleras, túneles...Sonrió, aspiró profundamente y se desvió, abriendo una puerta inexistente hacia otro lugar.
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