A las luces embriagantes y el viento frío había posibilidad de explicarlas, como no la había para el frío y la embriaguez. Toda la noche era un espectro que latía hondamente y un río que escapaba sangrando en la oscuridad, sin que uno supiera muy bien hacia dónde corría. Las calles trazaban imperiosamente su obstinado recorrido, un mapa bien dibujado donde cada cosa tenía su lugar. Pero he aquí que al caminar meditabundo por ellas uno se encontraba doblando una, dos, cien veces la misma esquina; encontrarse siempre con que faltaban pocas cuadras para llegar al final y súbitamente, encontrarse en una ciudad distinta, más grande y más complicada y más absurda, casi demasiado como para recorrerla porque ya uno estaba fatigado; además de que evidentemente todo eran delirios de borrachera y mañana desaparecería la ciudad y desaparecería con ella el intento de explicarla, el intento de agarrar con los dedos el agua del río sangrante. Y nace el deseo de quedarse siempre caminando entre la dulce escenografía de cartón, y la suave y melancólica placidez lleva a sentarse tranquilamente en el banco de una plaza hasta mañana, respirando la quietud anónima. Se siente arrastrado por el agua fría que a su paso destruye todas las ciudades, alterando cualquier mapa trazado sobre la arena. No pude menos que reír mirando cómo la esquina por la que pasé mil veces se mezclaba con la que nunca conseguí pisar. Y el agua arremolinando todo, y la luna reflejándose en el agua y mezclándose con ella.
Pero toda esa fiebre que flota en el aire no puede ocultar el frío que me nace en los huesos, la noche cruel de hambre y azotes, ni los perros que aúllan al aire, hiriéndolo. Entonces otra vez todo se corta en seco, el aire se hace de piedra igual que tu mirada, el río se congela porque no encuentra sentido ya en desbordarse por todos lados. Y el golpe brutal y discordante sacude los cimientos de la noche y de todos esos edificios que admirábamos hace apenas un instante, como sólo un idiota puede hacer, sin ver los aviones que vienen a estrellarse, los gritos y el sálvese quien pueda, detrás del que vienen las lágrimas que en algunos lugares no se extinguirán jamás. Así los pasos se detienen hasta un momento más propicio, aunque yo no lo quiera.
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