domingo, 6 de abril de 2008

¿Qué más puedo decir?



Todo el día había sido extraño, calmado pero violento, con revelaciones extrañas y mentiras cruzadas. Y así fue que en un inútil abrazo se volcó nuestra tristeza, nuestra insignificancia. Y al ritmo torpe de las caricias, al susurro hueco de tus palabras, terminamos enredados e infelices en una habitación desnuda y oscura, donde los besos húmedos y el contacto descarnado y primitivo no conseguían mitigar el aire frío que entraba por la ventana ni encender un poco las sombras de la noche.
Y la violenta inercia y el vacío que flotaba entre nosotros hicieron el resto. Caíste sobre mí sin verme, lanzándote ciegamente, cuando vos te quedabas atrás, y me mirabas como implorante. Y así te recibí yo, con mirada esquiva y silenciosa, con un rencor que no era hacia vos, intentando consolarte y preguntándome qué diablos hacíamos ahí mientras la mañana fría se anunciaba y una luz grisácea inundaba nuestros cuerpos y tratábamos inútilmente de vencer el desencuentro.

No hay comentarios: