sábado, 1 de noviembre de 2008



Quisieras sentir mi calor en el momento exacto en que me cierro, y esa mirada enfermiza que conozco recorre mi piel ávidamente. No sé por qué te gusta tanto suponer que para mí el sol brilla siempre con tus sonrisas, la verdad es que en mí hay un temor oculto que nunca va a irse con todas las caricias del mundo...te gusta verme siempre abierta, siempre al acecho, y no podrías entender cómo es saber que adentro tuyo hay un túnel oscuro que se abre hacia el mundo, siempre tocado por el aire, siempre a la espera de un tren que lo penetre. No es mi culpa entonces, si quiero ocultarme por una vez, cansada de esperar, cansada de la asfixia de este agujero milenario. Quiero meter la cabeza entre mis piernas y hundirme en la carne lúbrica, aterradora, caliente, para ver qué es lo que tanto fascina. Para mí sólo es una prisión palpitante y silenciosa que te envuelve y te aprieta tristemente, llorosa, suplicante, una boca hambrienta que devora a su presa, un cúmulo de arenas movedizas en el medio de mi cuerpo. Tal vez, lo que te llama irresistiblemente es la sensación de hundirte en el vértigo ambiguo que vas encontrando sin ver, para después emerger triunfante dejando apenas un vacío torpe y a mí, acurrucada como un animal herido.

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