viernes, 29 de octubre de 2010

Un cielo grisáceo hunde sus raíces profundas en mi llanto. Alto y tembloroso, se erige en la distancia un árbol, con la hojarasca bordeada de ocre, las ramas dobladas en silencio mudo hacia abajo, como múltiples andrajos.
La distancia que separa mis sentidos oscuros de mis acciones, de mis pies y manos débiles e inútiles, se ha hecho tan grande que me asusta. El dolor cíclico que tanto me aquejaba no ha desaparecido, sólo se ha remitido a un remoto inconsciente. Duerme pacientemente adiestrado, encadenado como un dragón horroroso junto al fuego. La lucha contra él me ha debilitado, he puesto todos mis esfuerzos para aplacarlo, y junto a él he consumido la ira, la lujuria, el odio mortal y enconado, la ironía áspera, y he quedado vacía de palabras, de acciones desesperadas, de silencios y de gritos. Sólo me siento rodar como un engranaje, y con el monstruo dormitando creciéndome en la garganta hasta asfixiarme. Me muevo en el perpetuo temor de reavivarlo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto mucho lo que escribis. Quisiera seguir el blog, pero no encontre el boton. Te dejo mi blog, por si queres pasar a verlo. Saludos!