lunes, 25 de junio de 2012


- Mi problema es que te quiero como a mi gato, ¿entendés? Lo amo, pero me olvido de él, cuando estoy en el trabajo, cuando camino por la calle. A veces llego y no sé si me alegro de que esté ahí, de tropezarme cuando se enrosca entre mis piernas y ronronea. Me exaspera que maúlle y trate de llamar mi atención, pero sé que está ahí, a mano para darle una caricia distraída, para sentir su calor cuando se me va la mano con la soledad.
- Creo que ya no te estoy soportando. ¿Dónde entro yo en todo esto?
- Entrás donde vos quieras. La ventana está abierta, igual que para él. No sé por qué, pero se conforma con un plato de comida, que supongo que es mejor que rebuscárselas en la calle, y yo me he acostumbrado a que esté ahí. Hasta me da cierta tranquilidad. Seguramente ahora te gustaría tirarme por el balcón, pero has aceptado todo esto hasta que lo pusimos en palabras.
Ella respiró con violencia y lo miró a los ojos con algo parecido al odio. Era tarde para irse. Se dio vuelta en la cama, esperando que el sueño pudiera ahogar esa espantosa sensación de asfixia. Mañana es otro día, pensó él. Y no se equivocaba, la madrugada lo encontró con ella en brazos, acurrucándose tibiamente contra su pecho. Como un gato.

3 comentarios:

Sola en el universo dijo...

UPs... qué real.
Te sigo

shams dijo...

muy bueno :)

shams dijo...

ah! me olvidaba. Permiso, voy a copypastearlo.