Caminando, vi personas que iban delante mío, cruzaban la calle...(amigos, aunque ahora, quién sabe)
Quise cruzar para hablarles, seguir el camino con ellos.
Y abruptamente un colectivo con la velocidad del rayo pasó enfrente mío.
Fue difícil contener las lágrimas mientras veía cómo ellos se perdían a lo lejos.
Dios...nunca me sentí más idiota.
Lo peor es llegar bajando la mirada y tratando de parecer normal aunque uno tiene su pobre espíritu hecho pedazos.
* * *
Ahora que volví a leer el cuento de Cortázar, se me acabó la farsa. Soy idiota, terriblemente idiota. No es que me importe, pero...
No importa, porque puedo estar contenta aunque a veces las ganas de llorar no me dejen caminar. Puedo ser feliz aunque a veces tenga la horrible sensación de que un fuego helado me come las entrañas porque siempre me asombra la magnitud de mi idiotez.
No importa aunque los demás se den cuenta perfectamente y lo disimulen. No importa que me lo digan.
No me importa saber que soy idiota.
Lo verdaderamente horrible es olvidarse y en el frágil momento en que la idiotez no puede estar de la mano con la realidad...
Caerse de cabeza en uno mismo y en su idiotez...otra vez.
Por eso nos decimos orgullosos de ser torpes, inadaptados, extraños...Somos sensibles. Sufrimos (cómo sufrimos..!)
Déjennos burlarnos un poco del mundo, el mundo se burla tanto de nosotros...sería como enojarse con el niño que deseoso de aventuras, camina tres cuadras fuera de su casa.
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