viernes, 9 de enero de 2009

Bajo un cielo distante e inmenso y a través de un mundo sangriento y confundido, a través de la quietud de cientos de pequeños pueblos donde luces solitarias y pálidas titilan en silencio, a través de miles de sueños destrozados en pedazos y certezas vertiginosamente encontradas, nos encontramos para hablar, rodeados de misterio, refugiados de la lluvia, haciendo esfuerzos para encontrar algo que nos uniera en el medio de la tormenta. Y he aquí que esa cálida llamada se convirtió definitivamente en rutinaria, en círculos que se cerraban sobre nosotros mientras yo me encontraba a miles de kilómetros de allí, en el mundo sangriento y confundido, en la quietud de cientos de pueblos desolados , en los miles de sueños destrozados y en las certezas encontradas, y no me alejaban de tus palabras espesas, de tu mundo que hoy me parece tan corto que podría sostenerlo en una sola mano. Las manos me temblaron sólo de pensar que podría haberte hecho añicos, aunque no me importe, aunque nunca vaya a anidarme de nuevo en tu rincón, mientras intentabas explicarte y yo asintiendo con los ojos cerrados, sin querer sacudirte, mientras tu voz iba aniñándose, tus palabras se apagaban y sólo pasaba el tiempo, de cara a la pared con las ventanas abiertas, los cuerpos mojados corriendo con el viento, y yo impotente por no poder detenerme, por no querer detenerme y alargando hasta tus labios apenas un poco de agua y susurros. Mordiéndome los labios, buscando esa explosión que nunca llega y encontrando apenas esta desesperación mordaz y liviana, este cosquilleo revuelto, estas lágrimas de cajón tibio, el río helado bajo la arena blanca del desierto, infinito, poblado de oídos tapados y largos escalofríos medrosos.

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