martes, 5 de febrero de 2008

Latidos acelerados. Vértigo. El aire se hace borroso y las luces brillan cada vez más; me parece haber entrado en uno de esos puntos perdidos en el tiempo y el espacio que andan por ahí y de los que uno sale con náuseas y maltrecho. Curiosamente, todos parecen estar en esta ciudad y hay algo en el alcohol y en mis ojos que me termina atrayendo irremediablemente hacia ellos. Giro sin control en una marea de contrariedades, burlas y gritos que me hipnotiza y me desgarra, porque siento que me abren a cuchillazo limpio y el aire helado me penetra.
Lo alucinante de esta especie de esquinas del tiempo es que se cruzan y multiplican de forma infinita todos los hilos del universo; es un instante de revelación del que no se puede salir sin escalofríos y falta de aliento, y aunque viviera mil años no acertaría a explicar porqué despues de la seguridad de la muerte inminente, de estar en el corazón de una hoguera milenaria, en el centro de un nuevo tornado que amenaza con arrasar todo y reducirlo a polvo, puedo caminar por estas calles otra vez y a veces hasta olvidarme por un momento del peligro.
Cierro los ojos fuertemente y espero a que todo pase. Los abro e intento fundirme con el aire, pasar a ser parte de él; quiero quedarme aquí para siempre aunque sobrevenga el fin o la locura, pero finalmente termina.
Pero yo nunca vuelvo a ser la misma.

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