martes, 22 de enero de 2008

Manicomio (Primera Parte)



¿Por qué me llevan?

Me arrastran sobre un piso helado, manos heladas, miradas heladas. El frío no me deja respirar, aunque afuera hay un sol que me parece sucio. Tengo los pies descalzos y lastimados. Pero no me tienen piedad.

Debo haber hecho algo terrible. Aunque no sé qué es. Alrededor mío todo parece una pesadilla espantosa.

No porque vea nada terrible, porque en realidad no alcanzo a ver nada, sólo pobres diablos enroscados sobre sí mismos (y este pensamiento es curiosamente exacto) Ni su pelo sobre la cara, ni sus brazos me dejan verlos. Algunos están vueltos de espaldas.

Aunque pudiera mirarlos a los ojos, algo me dice que nada encontraría en su mirada. Están vacíos, vacíos como las paredes sucias. Vacíos como el patio sin árboles adonde vamos en el recreo.

Un nudo se me forma en la garganta. Ahora, recordándolo, me hace gracia, porque en ese entonces yo todavía era capaz de sentir nudos. Y todo yo era un nudo, nudo en la garganta, nudo en el estómago, nudo en el corazón.

Y me apretaba más sobre mí mismo. Y los golpes me parecían apretar más, como si me ajustaran.

Una oleada de pánico me inundó. Eso es lo que parecían los otros.

Nudos.

Por eso, fugazmente, quiero gritar. El loco que hay adentro mío quiere gritar. Pero en el manicomio me están volviendo cuerdo. Me miro las manos, y están clavadas al suelo. Me miro los pies, y también están clavados al suelo. Cuando yo era loco podía volar, pero mis alas también me las clavaron al suelo. ¿Y qué podía hacer yo, si hasta las palabras estaban anudadas?

Las duchas frías me desteñían. Cuando yo era loco les dije que la piel se me derretía en color. Y ahora me estaban curando. Ducha tras ducha me vencían. Me iban quitando los colores, me borraban el brillo en los ojos. Me lavaban la fuerza, me lavaban la locura. Y yo me iba volviendo cada vez más gris.

Una vez me llevaron arrastrándome y a las patadas, a los insultos, a un cuarto, el más vacío y más chico.

Me llevaron porque yo había agarrado un clavo oxidado y me había desgarrado la piel. Y es que quería ver si mi sangre seguía siendo roja o también se había vuelto gris.

Volví con un pedazo menos. Pesaba menos, pero debía ser porque me habían quitado los sueños. De nada les servía, porque mis sueños se habían vuelto de carne y hueso y caminaban y se refugiaban en los otros locos. Y todo se hacía cada vez más difícil, y volvían a la carga con golpes cada vez más fuertes, con agua cada vez más fría. Los demás locos no estaban acostumbrados a soñar, porque les habían arrancado la locura de raíz. Ahora no estaban locos, pero no eran cuerdos. Nadie que pisara la locura volvía otra vez. Ellos miraban con ojos sombríos.

2 comentarios:

Eva dijo...

ja
"la repetitiva"
excusen mi poca habilidad
pero no me voy a dejar atacar
(por mí)
estoy feliz de poder escribir, aunque los dedos sean muy torpes...

Eva dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.