lunes, 28 de enero de 2008



Me dejo llevar con el hierro candente marcándome el corazón. La herida no dejará de sangrar y su tibieza roja manchará delicadamente tus pañuelos. Me arrojaré al vacío y me consumiré en llamas. Y arderá tal hoguera, que confío en que nunca se apagará.
Ay, el mártir está aquí otra vez, encontrando la belleza. Mira todo con ojos afiebrados. Lo que no comprende lo hace gozar, ensancha su corazón maltrecho. La intensidad de una pasión se mide por la soledad que la precede.
Mil veces lloró su destino perdido. Y soñó con las alas que lo llevarían a alguna parte,
lejos de los rincones en los que se refugiaba con la soga lastimándole las manos.
Su susto blanco y pálido atronaba en silencio la noche
quería quedarse despierto, porque en sueños se podía ir
Y fue un incendio que encendió a todos
una explosión silenciosa que no dejó piedra sobre piedra
y nunca terminó.

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